viernes, 17 de junio de 2011

Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo camino, camino sobre la mar..


Llegó el momento, después de todo lo vivido es la hora de decir adiós, de dar la espalda a todas esas personas que te han estado apoyando todo este tiempo y partir hacia un nuevo futuro, hacia un nuevo presente
Por una vez no se alegraba de ver como se iban acabando los días de instituto, no podía imaginar como iba a ser la despedida, como iba a reaccionar pero sobre todo como iban a reaccionar. Imaginaba que sería triste, muy triste, que probablemente se le escaparan las lagrimas, que las manos le temblasen y las piernas no le respondiesen, la voz le tartamudease y un enorme nudo se le formase en el estomago. 
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 No le gustaba esa sensación, le jodía mucho ver como las horas iban pasando, y la gente ni si quiera se inmutaba, ni siquiera parecían tener un mínimo sentimiento de dolor. El último día llegó y con el la despedida, la gente se decía adiós o hasta pronto, se daban abrazo y estrechones de mano, mientras hacían promesas de planes futuros. Y ahí estaba yo parado, quieto con mi mochila a la espalda, viendo el panorama, entonces mis ojos se nublaron y por mis mejillas empezaron a echar carreras unas cuantas lagrimas, sentí el impulso de abrazar a todo el mundo, tiré la mochila y empecé a repartir abrazos, a fundirme entre los brazos de gente, me agradó mucho abrazar a todos mis antiguos amigos del colegio, y a todas esas personas que he conocido nuevas en todos estos años, no podía parar de llorar, cada abrazo me marcaba más que el anterior, por mi brazos iban pasando uno a uno todos mis amigos, todos los que algún día estuvieron ahí para sacarme una sonrisa, fui despidiéndome de todos, no con un adiós, sino con un hasta luego porque estoy seguro de que algún día sus caminos se iban a volver a juntar. Tras un rato repartiendo abrazo decidí irme, subí la calle cabizbajo y serio, sin muestras de expresividad en mi cara, entonces escuché un silbido, me di la vuelta y  vi a toda la gente apelotonada, como haciendo una piña y tras unos segundos de silencio, mas de veinte voces, veinte bocas y cuarenta manos gritaban ¡¡WASA WASA!!  mientras intercalaban palmadas al unisono, entonces mi rostro cambio una sonrisa enorme se me dibujo en la cara, y mientras me daba con el puño en el corazón y les señalaba me hice a la idea que jamás les olvidaría, de que de una forma o de otra se habían echo un hueco en mi corazón que nada ni nadie les podría arrebatar nunca.

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